En el rico tapiz de la historia lingüística, a menudo encontramos que las expresiones comunes tienen raíces profundas en las prácticas culturales de civilizaciones antiguas. La frase «brillar por su ausencia» es un excelente ejemplo de cómo una costumbre funeraria romana dio lugar a una expresión moderna que perdura hasta nuestros días.
Antecedentes históricos:
En la Roma antigua, cuando un individuo fallecía, era tradición exhibir los retratos de todos sus antepasados ante su urna funeraria. Estos retratos, creados a partir de mascarillas de cera de los parientes difuntos, servían como un tributo y una forma de honrar la memoria de aquellos que habían pasado antes. Esta práctica tenía un profundo significado cultural y simbólico en la sociedad romana de la época.
La Ausencia Notable:
Según el historiador latino Tácito, en su obra «Anales», se relata un evento particular que resalta la ausencia de dos individuos en una ceremonia funeraria. Durante el funeral de Junia, viuda de Casio y hermana de Bruto, notables por su participación en el asesinato de Julio César, la ausencia de las imágenes de estos dos personajes llamó la atención de todos los presentes. En lugar de los retratos de los «criminales», como los describe Tácito, «brillaba su ausencia» ante las demás imágenes de los antepasados.
La Evolución de la Expresión:
Fue en el siglo XVIII cuando el poeta francés André de Chenier popularizó la expresión «brillar por su ausencia». A partir de entonces, la frase se integró en el lenguaje común y se utiliza para señalar, a veces con cierto tono de ironía, la falta de alguien en un lugar donde se esperaría su presencia.
Legado Lingüístico:
La expresión «brillar por su ausencia» ha perdurado a lo largo de los siglos, recordándonos la conexión entre la historia antigua y el lenguaje contemporáneo. Esta frase nos invita a reflexionar sobre cómo las prácticas culturales del pasado pueden moldear y enriquecer nuestro vocabulario y nuestras expresiones idiomáticas.
La expresión «brillar por su ausencia» tiene sus raíces en la práctica funeraria romana de exhibir los retratos de los antepasados del fallecido. La notable omisión de las imágenes de los individuos notables en un funeral específico fue el punto de partida para la evolución de esta frase, que ha perdurado hasta nuestros días como un recordatorio del vínculo entre el pasado y el presente en el lenguaje y la cultura.